martes, 11 de noviembre de 2014

LA OBESIDAD Y LA HAMBRUNA DOS SUPUESTOS PARECIDOS.

     Voy a ver si soy capaz de explicar algunas ideas sin irme demasiado por las ramas, ¿podré?, seguro que no..., pero lo voy a intentar, qué conste. 

    Bueno, los requerimientos energéticos de una persona pueden variar en función de muchos parámetros que pueden ser identificados en la teoría, pero luego a la hora de la verdad, en la práctica, todo resulta bastante más complejo de determinar. 

     En principio, podemos decir que el gasto diario puede estar constituido por los siguientes componentes:

  1. Metabolismo basal (BMR), que puede constituir casi el 70% del gasto total, y puede ser definido como la energía consumida en reposo, en situación de ayuno y en condiciones neutras de temperatura. Lógicamente esto es la situación hipotética, pero luego variará en función de las cond¡ciones de nuestro entorno, que vendrá definida por termogénesis adaptativa, que es el gasto que se produce como respuesta al frío o al exceso de comida. Está determinada por una "fuga" de protones que en lugar de ATP genera calor gracias a una serie de proteínas desacoplantes. También hay que contar con el temblor producido en el tejido muscular por exposición al frío.
  2. Actividad física voluntaria (EAT), que dependerá de la intensidad y la duración. Aunque también habría que contar con el componente no voluntario (NEAT) como pueden ser las actividades cotidianas, el mantenimiento de la postura y otras cuestiones más dependientes de la personalidad como puede ser la ansiedad, la agitación interna o la inquietud. 
  3. El efecto térmico de los alimentos (TEF) es la energía consumida en los procesos de degradación, incluyendo su metabolización y almacenamiento. Dependerá del tipo de comida, siendo la proteína el macronutriente que más aporta a este gasto. Puede suponer hasta un 10%. 

       Como norma general el principal contribuyente al gasto es el metabolismo basal, seguido del componente NO voluntario de la actividad física, el efecto térmico de los alimentos y la actividad física voluntaria. Pero esto puede variar de una persona a otra, y la actividad física voluntaria podría incrementarse en algunas personas de modo dramático. 


    No es lo mismo entrenar todos los días a un ritmo intenso que realizar jornadas intensivas viendo un programa de televisión. Pero tampoco es lo mismo ser obeso que ser delgado, o ser sensible a la insulina que no serlo, ni comer proteínas que grasas o hidratos, ni vivir siempre en una burbuja con temperatura de oficina que trabajar a la intemperie en pleno invierno, etc, etc. Todo esto lógicamente incide en cada uno de estos componentes.

    A la hora de tratar de perder tejido adiposo todo puede influir, para bien o para mal, pero el que no podamos determinar con exactitud qué es lo que va a hacer nuestro organismo con los alimentos consumidos (almacenarlos o usarlos como fuente de energía) no quiere decir que no podamos hacer absolutamente nada.

   Si hay algo que tengo bien aprendido es que en la vida hay que simplificar; que no economizar, al menos en cuanto al gasto energético se refiere, porque para que algo sea perdurable debe ser sencillo. La complejidad puede acabar ahogando la motivación. Es por eso que no creo que contar calorías y calcular diariamente nuestro gasto energético sea una actividad excesivamente productiva en el largo plazo, y aunque contemos con medios sofisticados para hacerlo, nuestro cuerpo no funciona de modo matemático y es más bien una compleja regulación hormonal la que determina exactamente el balance energético. Este equilibrio es dinámico y suele modificarse en función de las calorías consumidas y del gasto energético efectuado, de tal forma que la pérdida de peso suele reactivar el proceso inverso con el fin de mantener la homeostasis corporal.

    Pero esta resistencia a la pérdida de peso no debe ser óbice para tratar de hacerlo, por ello es importante actuar con mucha sutileza a la hora de promover una efectiva reducción del tejido adiposo. Si las calorías consumidas son extremadamente reducidas corremos el riesgo de catabolizar nuestra masa muscular, algo que debemos evitar a toda costa, no porque esta afecte excesivamente la tasa metabólica basal sino porque este tejido es esencial a la hora de consumir energía cuando se ejercita, y "obligatoriamente" deberemos hacerlo, aunque este no es el único efecto adverso de un bajo consumo de calorías.


    Cuando se decide llevar una dieta, lo primero que uno piensa es que debe restringir las calorías, pero esto requiere de ciertas matizaciones. Lo que se "suele hacer" habitualmente es calcular el hipotético gasto energético según la masa magra y la actividad física diaria realizada, y en función de ello acoplar a la baja la cantidad de calorías que se deberían teóricamente consumir. Pero la imprecisión en estos cálculos nos podría llevar a cometer errores más o menos abultados, aunque no es esta la única cuestión a tener en cuenta, como veremos.

     Una restricción muy severa de las calorías, bien por errores de cálculo o por el simple afán de promover una rápida pérdida de peso, pueden conducir a una disminución de los niveles de insulina, leptina, testosterona y hormonas tiroideas, y por el contra, un aumento de los niveles de grelina y cortisol. Esto traducido significa pérdida de masa muscular, ralentización del metabolismo y hambre, mucha hambre. Seguir en estas condiciones durante mucho tiempo puede causar efectos devastadores en nuestro organismo, y en lugar del físico pretendido, consigamos algo más parecido al de un botijo de pueblo gracias a la inestimable colaboración que suele propiciar altos niveles de cortisol y baja producción de testosterona. Pero si somos deportistas esta situación, sin duda, se hará insostenible en no mucho tiempo. Y esto no es algo anecdótico.

     Generalmente, las personas que tratan de adelgazar suelen reducir las calorías a la vez que aumentan el gasto realizando una actividad física. Para aquellas personas sedentarias que se adhieren de buenas a primeras, a un programa de ejercicio físico y que además reducen, vía dieta, las calorías consumidas, pueden lograr un desfase negativo superior a las 1000 calorías en comparación con la situación previa, y esto sin hacer grandes esfuerzos. Tenemos que pensar que nuestro cuerpo, aun teniendo cierta facilidad para ganar peso, dispone de mecanismos para tratar de evitar la expansión descontrolada del tejido adiposo (al menos al principio). Los altos niveles de insulina y leptina que se producen con motivos de un exceso calórico deberían influir en este sentido aumentando la sensación de saciedad y la respiración desacoplada, y disminuyendo, por contra, la eficiencia mitocondrial, esto no sólo consigue restringir la ingesta de alimentos sino que también eleva algunos componentes del gasto energético como el metabolismo basal, el componente no voluntario de la actividad física y el efecto térmico de los alimentos.

    La leptina no sólo actúa como hormona anorexigénica que inhibe la producción del neuropéptido Y (NPY), sino que también influye directamente en el metabolismo estimulando la actividad simpática y el eje HHT, esto favorecerá el aumento de hormonas tiroideas (T4 y T3) que junto a la propia leptina regularán al alza el gasto energético por la mayor expresión de las proteínas desacoplantes
El problema es que estos mecanismos tienden a mostrarse ineficaces con el transcurrir del tiempo, tal vez por incipientes resistencias hormonales que irán apareciendo, entre otras causas, por un aumento de la inflamación, pero el caso es que esto cambiará desgraciadamente la situación. 

   Cuando la leptina comienza a no ser "escuchada", sus efectos dejarán, poco a poco, de percibirse, lo que significa que más cantidad de la misma será necesaria para lograr un funcionamiento óptimo. ¿Y cómo podemos elevar sus niveles?, lógicamente aumentando el tejido adiposo, es decir, siendo algo más obesos. No es que quiera nuestro cerebro convertirnos intencionadamente en obesos, tan sólo que el nuevo punto de equilibrio donde la leptina vuelve a ser funcional requiere de más alimentos y más tejido adiposo, esto sugiere que las calorías consumidas podrían estar muy por encima de nuestras verdaderas necesidades. Y precisamente es este el punto más importante a tener en cuenta a la hora de realizar una dieta, no tanto las calorías que nos corresponderían por hipotéticos cálculos de masa magra y la actividad física realizada.

    Es por este motivo que la progresividad se convierte en una necesidad..., siempre de menos a más. NO podemos tratar de resolver nuestros problemas de sobrepeso de modo drástico, porque actuar sin la precaución necesaria nos conducirá al lugar opuesto donde supuestamente pretendíamos ir. Si de buenas a primeras comenzamos a realizar una actividad física y reducimos drásticamente los alimentos ingeridos, el destino final será sin duda el FRACASO. Claro no siempre sucede así, y algunos de los que actuaron de modo tan tajante podrían argumentar que ADELGAZARON, aunque yo diría que a costa de perturbar su metabolismo completamente, favoreciendo un estado constante de baja energía, el mismo que se puede producir en algunos tipos de obesidad. 

    Tratar de corregir el estado de obesidad con una dieta muy restrictiva puede ser un verdadero error porque ambas situaciones, hormonalmente hablando, son más similares de lo que pensamos.

   Tanto en la obesidad como en las dietas muy restrictivas se puede producir una menor expresión de proteínas desacoplantes UCPs, disminuyendo el gasto energético. Esto puede estar propiciado por:


  • Por resistencia a la leptina en el caso de la obesidad (peor funcionamiento hormonal), o por sus bajos niveles en las dietas restrictivas.
  • Por el aumento del cortisol que puede ocurrir en personas obesas (aquí) o en dietas muy restrictivas (aquí) lo que propicia la disminución de las hormonas tiroideas al inhibir, a nivel hipotalámico la liberación de TRH e interferir en la conversión de la hormona T4 a T3, favorecieno su forma reversa. 

Consecuencias:

  1. Disminución del gasto, por la menor actividad de las proteínas desacoplantes. Y aunque es sabido que las dietas bajas en calorías disminuyen el componente no voluntario de la actividad física (aquí) es posible que esto mismo ocurra en el estado de obesidad (aquí). Pero es cierto que el hipotiroidismo, muy relacionado con una disminución del gasto energético puede suceder en un amplio porcentaje (aprox.20%) en el estado de obesidad (aquí), pero también las dietas restrictivas pueden alterar la función tiroidea reduciendo la hormona T3 con el mismo resultado en el gasto energético (aquí, aquí). Cabe preguntarse si esta reducción obedece a la restricción calórica o a la pérdida de peso, pero atendiendo a este estudio obtenemos una clave importante al señalar que pérdida de peso realizada a través de la actividad física no deteriora la función tiroidea (aquí)
  2. Incremento del apetito por la incapacidad de la leptina para inhibir en el núcleo arcuato el neuropéptido Y.

     Es curioso, pero a medida que nos sentimos incapacitados para mantener un peso estable es cuando más necesidad encontramos para "ponernos a dieta". En un principio, el aumento de peso es siempre contenido. Esto puede ser debido a un funcionamiento más o menos eficaz de nuestro sistema hormonal; a medida que el tiempo pasa y el exceso calórico se mantiene el tejido adiposo también aumentará y con ello los niveles de leptina, lo que iniciará los procesos necesarios para paliar las consecuencias de tanta sobrealimentación, de este modo podríamos mantenernos hasta que en un momento determinado..., (se me ocurren dos teorías que no se excluyen mutuamente) 

  • ...la hipertrofia del adipocito cause hipoxia con aumento de macrófagos e inflamación de bajo grado que favorezca la resistencia hormonal y con ello el desboque definitivo del tejido adiposo. Resultado: obesidad y en la mayoría de los casos con trastornos metabólicos.
  • ...decidimos realizar una dieta de calorías reducidas que disminuirá drásticamente nuestro metabolismo, obligándonos a seguir de modo prolongado este bajo cosumo de alimentos para poder mantener la pérdida de peso (aquíaquíaquí).  Lógicamente esto nos puede conducir a un callejón sin salida. Los bajos niveles de energía y un hambre atroz nos devolverán velozmente al origen de nuestro impulso, y nuevamente a empezar con otra nueva dieta, en un círculo interminable. Resultado: obesidad, tal vez, sin resistencias hormonales evidentes pero con una baja función tiroidea (hipotiroidismo?)y un metabolismo tan reducido como el de un anoréxico.

   La solución en el siguiente post

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